En el año 1775 María Antonieta ya había sido coronada Reina de Francia, con todas las obligaciones que ello implicaba. Sin embargo, era otra cosa lo que preocupaba a su madre, María Teresa de Austria: “No puedo evitar comentarte que tus peinados altos con plumas y cintas acaparan excesivamente la atención de los diarios. Una reina joven y hermosa no necesita estas frivolidades, sería mejor que optaras por un cabello con un estilo más discreto”. La categórica respuesta de María Antonieta fue: “Es cierto que dedico bastante tiempo a mi peinado y accesorios como plumas, pero si no lo hiciese sería un error”.
El responsable tras su elaborada cabellera era monsieur Leonard, quien todas las mañanas viajaba desde París hasta el Palacio de Versalles armado de peines, tónico y ungüentos para modelar verdaderas esculturas sobre su ilustre cabeza real. En una época en la que los miembros de la monarquía eran el equivalente a las celebridades hollywoodenses de hoy, las mujeres no tardaron en imitar el estilo de María Antonieta: mientras más grandes y ostentosos los peinados, mejor. Estos se complementaban con pelucas en una gama de colores que iba desde el blanco hasta el rosado, con un toque final que podía incluir perlas, joyas, flores e incluso jaulas de pájaros y miniaturas de barco según cuán osada fuese cada una.